sábado, 3 de mayo de 2025

TOP 100: RUIDOS DEL ROCK (DISCOS DEL 25 AL 21)





















25. Luzbel


Pasaporte al Infierno(1985 - COMROCK)

"Pasaporte al Infierno" es el primer álbum de larga duración de Luzbel, una banda mexicana de heavy metal que había mostrado su potencial previamente con el EP "Metal Caído del Cielo". Este debut consolidó a Luzbel como pioneros del metal en México, destacándose por su fuerte influencia de la NWOBHM (New Wave of British Heavy Metal) y elementos tempranos del speed metal. Raúl Greñas, guitarrista principal, aporta una carga de riffs distintivos y un sonido característico que lleva la firma de sus experiencias en Inglaterra.

A pesar de la crítica sobre la calidad de la postproducción, "Pasaporte al Infierno" es celebrado por su madurez musical y la solidez de sus composiciones, considerando las limitaciones técnicas de la época en la escena metalera de México. La guitarra de Greñas tiene la cantidad justa de distorsión, manteniendo un vínculo con el hard rock de los setenta, mientras que el bajo de Antonio Morante es melodioso y vivaz, contribuyendo significativamente a la experiencia auditiva. Sin embargo, existe una opinión crítica que destaca una mala postproducción, culpando a la discográfica Comrock por una saturación constante y una mezcla que no hace justicia a las capacidades de los músicos.

El álbum ofrece una diversidad estilística notable sin perder la cohesión. La pista homónima "Pasaporte al Infierno" abre con una agresividad cercana al thrash metal, matizada por la interpretación dramática de Arturo Huizar. Canciones como "Kirieleison" y "Hijos del Metal" destacan por sus dinámicas cambiantes, mientras que "Advertencia" y "Por Piedad" muestran un tono épico que enriquece la oferta del disco. Incluso la balada "Déjate Ser" logra mantener la identidad del álbum, con Huizar evocando un estilo similar al de Klaus Meine de Scorpions pero con un toque propio menos nasal. "Pasaporte al Infierno" es un testimonio del talento de Luzbel y su capacidad para influir en la naciente escena metalera en México.





24. Todos Tus Muertos

Todos Tus Muertos(1988 - RCA)

"Todos Tus Muertos" es el álbum debut homónimo de la banda argentina Todos Tus Muertos, lanzado en 1988. Este disco marcó el inicio de una gran carrera. Fue grabado en los estudios Panda en Buenos Aires y producido por Carlos 'Mundy' Epifanio. La portada del álbum es icónica, mostrando a los cuatro miembros de la banda en versiones cadavéricas, una ironía visual que remite tanto a las portadas de viejos discos de soul como al "Let It Be" de Los Beatles. 

El álbum combina elementos de punk y reggae, un reflejo de la evolución musical de la banda desde sus inicios en la escena punk underground de Buenos Aires. La canción más destacada del álbum es "Gente que No", coescrita con Jorge Serrano antes de su partida hacia Los Auténticos Decadentes. Este tema se convirtió en un himno de la banda y es un claro ejemplo de su capacidad para fusionar letras cargadas de crítica social con un sonido enérgico y contagioso. Musicalmente, "Todos Tus Muertos" es un álbum ecléctico y dinámico. El sonido varía desde el hardcore punk con producción y ritmos interesantes hasta el reggae dub, y luego vuelve al estilo inicial. Este cambio de estilos dentro del mismo álbum demuestra la versatilidad de la banda y su capacidad para experimentar con diferentes géneros sin perder su esencia.

Las letras del álbum están fuertemente influenciadas por el Movimiento Rastafari y la crítica social, abordando temas como la situación política de Argentina tras la dictadura militar, la Guerra de las Malvinas, y el sentimiento de resistencia. Canciones como "Tango Traidor" y "Armas (para la paz)" son ejemplos claros de esta postura crítica y comprometida. El álbum cuenta con la participación de músicos invitados como David Wrocklavsky en los teclados y Sergio Rotman en el saxofón, quienes aportan a la riqueza sonora del disco, junto a Nadal, "Gamexane", Gutierrez y Ruiz.







23. Rosendo

Loco por Incordiar(1985 - RCA)

Tras la caída en llamas de Leño en 1983, Rosendo Mercado no se arrodilló ante las discográficas que querían encadenarlo al nombre de su antigua banda. Con las botas llenas de asfalto y una guitarra cargada de rabia, firmó con RCA y en 1985 soltó este primer zarpazo en solitario: un disco que huele a neumático quemado, cerveza derramada y tabaco de estanco.  

En marzo de 1985, Rosendo irrumpió en los estudios de Madrid, Bruselas y Frankfurt con una energía indomable. Bajo la producción de Carlos Narea —quien logró equilibrar caos y precisión— y con el apoyo de músicos de estudio entregados a la causa, el álbum "Loco por incordiar" se gestó con una urgencia casi febril. Las guitarras de Rosendo no se limitan a sonar: trascienden lo meramente auditivo para arañar la conciencia. Con un tono que evoca la crudeza visceral de Rory Gallagher, los riffs de "Agradecido" y el tema homónimo "Loco por incordiar" funcionan como golpes contundentes contra la apatía y el conformismo social. Su voz, áspera y desgarrada, emerge desde las entrañas del rock urbano, encapsulando la rabia de una generación marginada.

Los sintetizadores, aunque hoy puedan percibirse como sonidos lúdicos o anclados a la estética ochentera, aportan una textura de resistencia clandestina; son la huella de una época que rechazaba el pulido artificial, como esa camiseta manchada de cerveza que conserva las cicatrices de cada batalla. Este disco trasciende su condición de obra musical para erigirse en manifiesto: fue el catalizador que impulsó a miles en los barrios periféricos españoles a empuñar guitarras y alzar la voz sin concesiones.

Rosendo, lejos de quedar atrapado en la sombra de su pasado con Leño, cuestionó los cimientos de su propio legado para forjar una identidad nueva, tan auténtica como incómoda. Cuatro décadas después, "Loco por incordiar" persiste no como reliquia nostálgica, sino como combustible para quienes resisten ante la complacencia. Su vigencia es un recordatorio de que el rock, en su esencia más pura, sigue siendo herramienta de exteriorizar lo que tenemos.







22. V8

Luchando Por El Metal (1983 - UMBRAL)

El 10 de abril de 1983, V8 irrumpió en la escena del rock argentino con "Luchando por el metal", un álbum que desafió los códigos establecidos. En un país aún respirando bajo los últimos estertores de la dictadura militar, la banda —junto a Riff— se erigió como columna vertebral del heavy metal local. Su propuesta no era mera música: era un acto de insubordinación sonora, con riffs de crudeza industrial y letras que amalgamaban consignas revolucionarias con la cotidianidad obrera.

Antes del disco, su leyenda ya se forjaba. La actuación en el B.A. Rock ’82 fue un punto de inflexión: un enfrentamiento simbólico entre el metal emergente y el hippismo residual, culminando en un caos de botellas rotas y tensión social. Las demos grabadas en El Jardín —estudio precario pero fértil— anticipaban un trabajo visceral, alejado del rock "correcto" que dominaba las radios. La producción, deliberadamente áspera, priorizó la intensidad sobre el pulido, capturando la esencia de una banda que operaba al margen.

Desde los primeros compases de "Destrucción", la guitarra de Ricardo Iorio (luego líder de Hermética) y el bajo de Alberto Zamarbide y Gustavo Rowek despliegan un ataque frontal. Canciones como "Brigadas metálicas" y "Hiena de metal" (esta última con la colaboración icónica de Pappo) funcionan como himnos de resistencia, combinando velocidad y potencia con letras que transitan entre la denuncia y la provocación. Incluso "Muy cansado estoy", con su riff cortante, trasciende lo anecdótico para convertirse en un lamento colectivo contra la explotación laboral, tema tabú en una Argentina aún temerosa.

En plena transición democrática, V8 canalizó el descontento de una juventud hastiada.  Aunque el éxito comercial fue limitado, "Luchando por el metal" se canonizó como texto fundacional del metal argentino. La diáspora posterior de sus integrantes (Hermética, Horcas) no solo confirmó su influencia, sino que expandió su legado. Las reediciones —como el CD de 1992 o el vinilo de 2012— no son meros ejercicios nostálgicos: son rituales de reafirmación para un culto que sigue vivo. La banda no solo enterró el rock "meloso" de los 80; demostró que la autenticidad, aún sin recursos, puede tallar su nombre en la historia.







21. Manal

Manal (1970- MANDIOCA)

Lanzado en 1970 bajo el sello independiente Mandioca, el álbum homónimo de Manal —trío argentino formado por Javier Martínez (batería y voz), Claudio Gabis (guitarra) y Alejandro Medina (bajo y voz)— marcó un hito al fusionar blues, jazz y rock con una identidad visceralmente porteña. Grabado en los Estudios TNT, el disco trasciende la mera imitación de los power trios británicos para erigirse en un manifiesto de autenticidad latinoamericana.  

Canciones como "Jugo de Tomate Frío" y "Avellaneda Blues" encapsulan su genialidad: Gabis despliega riffs hipnóticos que dialogan con el bajo contundente de Medina y la batería expresiva de Martínez, cuya voz grave y desgarrada —con un dejo soul— narra la alienación y la rebeldía de una juventud urbana. Lejos de los estándares anglosajones, su blues incorpora métricas innovadoras (como el 6/8 en "Todo el día me pregunto"), giros psicodélicos y un lirismo teñido de tango, donde el arrabal y el pesimismo se funden con distorsiones audaces.  

Aunque inicialmente cuestionado por usar español en un género tradicionalmente anglófono, el álbum fue reivindicado como obra maestra, que le dio identidad al rock de guitarras que quería producirse en Sudamérica. Su producción cruda, lejos de pulidos artificiales, capturó la energía de un trío que improvisaba con precisión: Gabis alternaba guitarra, órgano y hasta bajo; Medina aportaba solidez rítmica, y Martínez, además de su voz, escribía letras que resonaban como consignas.  

Pioneros en un contexto donde el blues parecía ajeno a Latinoamérica, Manal no solo inspiró a generaciones —de Spinetta a Babasónicos—, sino que demostró que la autenticidad no tiene fronteras. Cuatro décadas después, su debut sigue siendo un grito primal: una joya arqueológica que confirma que el blues, en sus manos, fue siempre territorio de reinvención.

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